SOCRATES Y LA ETAPA
DE LA SOCRATICA
Filósofo griego, nacido en Atenas,
hijo de Sofronisco, escultor, y de Fenáreta, de oficio partera. Su vida y aun
su propia figura se hallan envueltas en la escasez e incertidumbre de datos.
Parece que ejerció por un tiempo el mismo oficio que su padre y que se interesó
en un principio por las doctrinas físicas de los filósofos jonios, quizá
aprendidas al lado de Arquelao de Mileto, discípulo de Anaxágoras, hacia las
que luego adoptó una actitud crítica. Parecen hechos referibles a fechas
ciertas que, durante las guerras del Peloponeso (431-404), en las que toma
parte como soldado hoplita -como correspondía a un ciudadano de nivel medio-,
salva a Alcibíades herido en el sitio de Potidea (429), participa en la batalla
de Delion (424), en Beocia, y, cercano ya a los 50 años, en la de Anfípolis (421),
en Tracia; así como también
su oposición, en
fechas más tardías, formando parte del Consejo de los Quinientos, al proceso
contra los estrategas de las Arginusas (411) y su desobediencia a la orden dada
por los Treinta Tiranos de arrestar a León de Salamina (404).
En un momento
indeterminado de su vida cambia su interés inicial por las teorías sobre la
naturaleza, en la que, al parecer, no ve principio de finalidad alguna, por el
interés por un conocimiento de sí mismo y del hombre en general, siguiendo el
oráculo que la Pitia de Delfos pronuncia a instancias de su amigo Querefonte,
que le pregunta por el más sabio de los hombres. Forma, como hacían los sofista
en su misma época, un grupo de discípulos y amigos, entre los cuales destacan
Platón, Alcibíades, Jenofonte, Antístenes, Critias, Critón, Aristipo y Fedón,
entre otros. Tras una vida entregada a interpelar a sus conciudadanos,
obedeciendo la voz interior de su daimon, y a instarles, según Platón, a que
fueran «mejores y más sabios», restablecida ya la democracia ateniense, es
llevado a juicio doblemente acusado de ser sofista, impío y corruptor de los
jóvenes, por Anito, en nombre de los artesanos y políticos, por Meleto, en el
de los poetas, y por Licón en el de los oradores. Condenado por el tribunal
popular a beber la cicuta y tras rechazar los planes de huida que le ofrece
Critón, muere en la prisión de Atenas, rodeado de algunos de sus amigos y
discípulos y mandando decorosamente a su mujer Xantipa, que llevaba a su hijo
pequeño en brazos, que se ausentara. La figura de Sócrates, ensalzada por
Platón como el hombre «más sabio y justo de su tiempo», se ha convertido con el
transcurso del tiempo, y pese a sus contornos algo difusos, en el paradigma del
filósofo y hasta en personificación de la misma filosofía. La cuestión de
cuáles son las fuentes fidedignas para poder reconstruir, a partir de ellas, la
figura histórica de Sócrates se denomina el «problema socrático». Estas fuentes
son: Aristófanes, Jenofonte, Platón y Aristóteles. Aristófanes lo presenta, en
su obra Las nubes (representada por vez primera hacia el 432 a.C.), como un
sofista sólo interesado en cobrar a sus alumnos la enseñanza de la retórica y
la oratoria, un conocedor del saber ateo de los jonios sobre la naturaleza, o
un intelectual solitario dedicado a pensar. La figura de Sócrates que se
desprende de su testimonio, por lo demás el más antiguo, se considera más bien
la caricatura del personaje popular, hecha por un comediógrafo crítico de su
tiempo. Jenofonte, militar e historiador, es autor de una serie de obras
biográficas, Las memorables, o Recuerdos socráticos, el Banquete o Apología de
Sócrates, conocidas como «discursos socráticos», que escribe cuando, tras
regresar a Atenas con la expedición de los diez mil mercenarios griegos a
Mesopotamia (Anábasis, 401-399), entra en conocimiento de la muerte de
Sócrates. Son obras apologéticas y carentes de rigor histórico, en que, como
era costumbre en la época, el discípulo pone en boca de su maestro las propias
opiniones y hasta ficciones. Aparece en su testimonio un Sócrates moral,
desinteresado por las cuestiones relativas a la naturaleza y opuesto en sus
enseñanzas a los sofistas, pero carente de profundidad. Algo parecido, en
principio, puede decirse del testimonio dado por Platón, discípulo de Sócrates
desde los veinte años, y de la figura veneranda que dibuja de su maestro, en
especial en Apología, Fedón y Critón. El Sócrates de Platón es un personaje
moral por excelencia, vitalmente dedicado a persuadir a todos a interesarse, no
por el cuerpo o la fortuna, sino «por que el alma sea la mejor posible»
(Apología 30b). A este Sócrates lo hizo Platón personaje central de sus
primeros diálogos, convirtiéndolo en iniciador de su teoría de las ideas, y
este Sócrates es el que acepta la tradición filosófica, una vez, desechadas las
exageraciones platónicas y añadidas las sobrias precisiones de Aristóteles,
como el más cercano al personaje histórico. Las características de este
personaje -«tábano» perturbador de la tranquilidad de las conciencias-
justifican más los recelos que se suscitaron en torno a su figura y que le
llevaron a la muerte. Aristóteles, que no conoció personalmente a Sócrates,
pero que habría oído hablar de él a su maestro Platón, le nombra unas cuarenta
veces en sus obras, aunque siempre ocasionalmente. Pese a ello, sus
apreciaciones se consideran objetivas. Le atribuye, sobre todo, la «búsqueda
del universal» a través de las «definiciones».
Sócrates no puso por escrito sus
doctrinas, y todas sus enseñanzas, según el testimonio de Platón, son orales. A
diferencia de los sofistas, coetáneos suyos, Sócrates no construye largos y
hermosos discursos, sino diálogos metodológicamente construidos (ver método
socrático) en dos partes fundamentales: la ironía y la mayéutica. En la
primera, tras presentar el tema del diálogo con una pregunta del tipo ¿qué es
la justicia?, desarrolla la refutación (élenkhos) de la aparente sabiduría del interlocutor,
que, llevado de su ignorancia, no sabe pero cree saber. Una larga sucesión,
impertinente a veces, de preguntas y respuestas, tiende a lograr el
reconocimiento de la propia ignorancia, por parte del interlocutor, lo cual le
deja en disposición de comenzar, de la mano de Sócrates, la búsqueda de la
definición, o el concepto, que supondría un verdadero saber. El punto de
partida de esta indagación no puede ser otro que el de la confesión de la
propia ignorancia: la que Sócrates reconoce en sí mismo reflexionando sobre el
oráculo de Delfos y la que consigue que el interlocutor reconozca tras refutar
su aparente saber. Prosigue entonces la labor de concebir y dar a luz
«conceptos». A esta segunda parte llama el mismo Sócrates mayéutica, por tratarse
de un arte parecido al que ejerce su madre: la partera ayuda a las mujeres a
dar a luz cuerpos, Sócrates ayuda a los hombres a dar a luz pensamientos veamos el siguiente texto:
“Platón: la mayéutica
Sócrates.- Tal es, ciertamente, la tarea de las parteras,
y, sin embargo, es menor que la mía. Pues no es propio de las mujeres parir
unas veces seres imaginarios y otras seres verdaderos, lo cual no sería fácil
de distinguir. Si así fuera, la obra más importante de las parteras sería
discernir lo verdadero de lo que no lo es. ¿No crees tú?
Teeteto.- Mi arte de partear tiene las mismas
características que el de ellas, pero se diferencia en el hecho de que asiste a
los hombres y no a las mujeres, y examina las almas de los que dan a luz, pero
no sus cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad
que tiene de poner a prueba por todos los medios si lo que engendra el
pensamiento del joven es algo imaginario y falso o fecundo y verdadero. Eso es
así porque tengo, igualmente, en común con las parteras esta característica:
que soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que siempre
pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna respuesta acerca de nada por mi
falta de sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es
que el dios me obliga a asistir a otros, pero a mí me impide engendrar. Así es
que no soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya
sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo,
aunque parezcan algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra
relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se los concede, como
ellos mismos y cualquier otra persona puede ver. Y es evidente que no aprenden
nunca nada de mí, pues son ellos mismos los que descubren y engendran muchos
bellos pensamientos. No obstante, los responsables del parto somos el dios y
yo.”
Las respuestas a las
preguntas ¿qué clase de cosa es...? Constituyen la primera teoría ética de la
humanidad basada en el análisis conceptual. Platón deduciría de ella el
conocimiento de las esencias o ideas. Sócrates se limita a un tipo de
investigación distinta, de la, de los sofistas, retórica, dialéctica y hasta
contradictoria, o por lo menos relativista, y cuyo objetivo es el universal o
la definición; esto es, un concepto universal conseguido y aceptado por todos.
Sócrates identifica el conocimiento de estos conceptos éticos con la práctica
de la virtud y la consecución de la felicidad. Identifica «saber» con «virtud»,
hasta el punto de afirmar que «nadie
hace el mal voluntariamente», pero vincula además la felicidad al obrar bien, o
a vivir bien; a la primera doctrina se la llama intelectualismo ético y a la
segunda, eudemonismo.
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