domingo, 28 de septiembre de 2014
miércoles, 3 de septiembre de 2014
DEBATE SOBRE LA GEOPOLÍTICA
Conversación con uno de los pensadores más importantes del siglo XXI
'La educación y la cultura son tratadas como mercancías': Zygmunt Bauman
El sociólogo polaco asegura que las
fisuras causadas por las crisis económicas han permitido que los partidos
neonazis tomen fuerza.
Testigo
de primera mano de las transformaciones que experimentó la sociedad europea y
cerca de cumplir 90 años, Zygmunt Bauman aún no deja descansar su brazo y su
cerebro y continúa escribiendo y reflexionando sobre la realidad sociopolítica
mundial.
Para
Bauman, uno de los pensadores más importantes de la actualidad por su
teorización de la realidad contemporánea bajo el concepto de “modernidad
líquida” —que reflexiona, entre otros aspectos, sobre la debilidad de los nexos
sociales y emocionales, la incertidumbre sobre el futuro y los cambios que ha
traído la globalización al poder del Estado-nación—, señala cómo la cultura, la
salud y la educación han sido reducidas a simples mercancías.
Con
la crisis económica que atraviesa Europa, ¿es posible la existencia de una
“ciudadanía global”?
Es
posible, pero no en un futuro cercano. La “ciudadanía” es un concepto que nació
y se desarrolló en el curso de la construcción del moderno Estado-nación,
promoviendo y estrechando la práctica de la soberanía territorial. Las
instituciones políticas diseñadas y establecidas en este proceso fueron creadas
para servir al proyecto de la independencia; sin embargo, la globalización ha
creado realmente la interdependencia mundial, una realidad en la que las
instituciones políticas heredadas y conservadas del Estado-nación no son
funcionales.
Entonces,
¿qué sería necesario para conseguir la ciudadanía global?
Para
elevar la integración humana desde el nivel de las divisiones nacionales y
pasar a una humanidad unificada, dichas instituciones necesitan ser
reemplazadas por una red de instituciones alternativas, sobrepasando las
limitaciones impuestas por las barreras de los estados territoriales y
reduciendo radicalmente su soberanía. La unificación de la humanidad, llamando
a la práctica política y pensando en reconocer la globalización ya existente de
la interdependencia humana, no podría hacerse a través de la globalización,
sino aboliendo la ciudadanía local, separando de esta manera los derechos
humanos de la adscripción territorial.
Es
un escenario complejo, ningún Estado estaría dispuesto a ceder su soberanía...
Como
Benjamin Barber resumió recientemente esta situación: “Por naturaleza demasiado
inclinado a la rivalidad y a la exclusión mutua, ellos (los estados-nación)
parecen quintaesencialmente indispuestos a la cooperación e incapaces de
establecer los bienes comunes a nivel global”. Pero añade: “Hoy en día, aunque
es claro que los estados ya no pueden proteger a sus ciudadanos y deben
considerar ceder una parte de su declarada soberanía, no hay ninguna
alternativa clara, y por lo tanto se niegan a hacerlo”. Personalmente, yo llamo
esa situación interregnum, que significa: las viejas formas de hacer las cosas
no funcionan por más tiempo, pero las nuevas formas no han sido aún inventadas
y puestas en su lugar.
¿Por
qué la cultura, el arte y la educación son los sectores que más han sido
golpeados en la reducción del gasto público, por parte de los gobiernos de la
UE, para salir de la crisis?
La
cultura es el mayor capital de la humanidad, el arte, la vanguardia de
peregrinación histórica humana explorando nuevas y desconocidas tierras y
formas de vida, y la educación que pone a disposición de toda la humanidad sus
descubrimientos, han sido, sin embargo, reducidos al estatus de productos en el
mercado, comercializados como otras mercancías y, contrario a su naturaleza,
medidos por el rasero de los beneficios instantáneos. Invertir en la cultura,
las artes y la educación, por muy grandes que sus beneficios puedan ser a
futuro, se considera, por tanto, poco aconsejable y un desperdicio a corto
plazo. Tal miopía resulta en sacrificar la calidad de vida de las generaciones
futuras a los caprichos efímeros y comodidades del presente.
¿Entonces
qué sugiere?
La
renegociación de nuestra actual forma de relacionarnos con el mundo se hace
cada vez más necesaria y urgente en vista de que el planeta, nuestra casa común,
se encuentra al borde de la insostenibilidad, gracias al agotamiento progresivo
de los recursos del planeta y la creciente impotencia de los instrumentos
heredados de la acción colectiva para hacer frente a los problemas que surgen
de nuestra cada vez más íntima interdependencia física, social y espiritual.
Hablemos
de uno de los efectos del mundo en red. Nuevas formas de control social han
sido promovidas durante las últimas décadas, entre ellas cámaras de vigilancia
en cada esquina, algo que usted describe en su libro ‘Vigilancia líquida’. ¿La
libertad está en riesgo de perderse con esta vigilancia constante?
Día a
día aumenta enormemente el contenido de los bancos de datos que son una
reminiscencia de los campos minados, erizados de explosivos ocultos de los que
sabemos que tienen que explotar, aunque no se puede decir cuándo y dónde. Estos
son usados a diario por las compañías comerciales para reforzar su influencia
sobre las opciones y el comportamiento de los consumidores. Ellos (los bancos
de datos) facilitan enormemente la coacción desde arriba y pueden servir a las
agencias políticas con inclinaciones autoritarias e intenciones dictatoriales.
¿Qué
es lo más preocupante de la vigilancia contemporánea?
El
aspecto más preocupante de la vigilancia contemporánea y la recolección de
datos es que se lleva a cabo con nuestra aprobación masiva, entusiasta,
despreocupada y alegre. No nos preocupamos por la catástrofe hasta que
golpea... Y así que el proceso no es tan manejable y potencialmente controlable,
ya que se limitaría, como en el pasado, a tratar el espionaje especializado y a
las agencias de vigilancia.
¿Cree
que en medio de la crisis económica algunos de los partidos declarados neonazis
pueden llegar al poder en un escenario de desconcierto como este?
Necesitamos
retornar a la raíz de su primera pregunta. Estos dos problemas están
íntimamente conectados. La discrepancia entre los instrumentos políticos
disponibles y los poderes reales que deciden las posibilidades y perspectivas
de nuestras vidas y las de nuestros niños —discrepancia causada y diariamente
exacerbada por la globalización sin control y la ajustada interdependencia—
provocará que un número creciente de personas busque alternativas al sistema
político visiblemente indolente e ineficaz para coordinar las políticas con las
preferencias populares y los deseos, fallando espectacularmente en la
posibilidad de generar empleo. Los jóvenes son los más afectados, engrosando la
mayor franja del número de desempleados, lo cual se suma al impedimento para
que participen en los asuntos públicos y del Estado, en la reforma de los
mismos.
¿Entonces
que está sucediendo con los sistemas democráticos?
La
confianza en la capacidad de la democracia está marchitándose, lo que resulta
en una situación excepcionalmente fértil para que crezcan las semillas de
resentimiento y florezcan sentimientos totalitarios. La complejidad de las
causas de la miseria, siendo además desorientadoras e incapaces de mostrarse en
principio, el sentido humillante, crece la demanda de “líderes fuertes” capaces
de proporcionar fórmulas simples, que ofrecen y prometen soluciones simples,
haciendo una oferta tentadora de aliviar a sus seguidores en cambio de su
obediencia inflexible, de la carga de la responsabilidad de sus vidas demasiado
pesadas para ellos y que carecen de los recursos necesarios para
sobrellevarlas.
¿Qué
deberían hacer los ciudadanos?
Por desgracia, no hay atajos para una solución radical. En el corto plazo, sólo son posibles paliativos temporales y transitorios. Prevenir catástrofes similares requeriría llamados a repensar y reformar nuestra filosofía de vida y nuestro modo de convivir, de hecho, una especie de revolución cultural, y como ya se ha indicado, el cambio cultural toma tiempo y evade imperativos y gestión. Las raíces de las periódicas crisis económicas, así como la imposibilidad de controlarlos y evitarlas, se encuentran profundamente arraigadas en nuestro modo de ser: la concepción de un crecimiento económico sin fin como remedio universal a todos los males sociales, el hábito de buscar la felicidad a través de comprar (de saquear el mundo en lugar de contribuir al mismo), favorece la competencia sobre la solidaridad, la individualidad sobre el intercambio, y el imparable aumento de la tolerancia a la desigualdad social, que ha llegado a niveles tan altos que hace tiempo era inconcebible que esto ocurriera.
Por desgracia, no hay atajos para una solución radical. En el corto plazo, sólo son posibles paliativos temporales y transitorios. Prevenir catástrofes similares requeriría llamados a repensar y reformar nuestra filosofía de vida y nuestro modo de convivir, de hecho, una especie de revolución cultural, y como ya se ha indicado, el cambio cultural toma tiempo y evade imperativos y gestión. Las raíces de las periódicas crisis económicas, así como la imposibilidad de controlarlos y evitarlas, se encuentran profundamente arraigadas en nuestro modo de ser: la concepción de un crecimiento económico sin fin como remedio universal a todos los males sociales, el hábito de buscar la felicidad a través de comprar (de saquear el mundo en lugar de contribuir al mismo), favorece la competencia sobre la solidaridad, la individualidad sobre el intercambio, y el imparable aumento de la tolerancia a la desigualdad social, que ha llegado a niveles tan altos que hace tiempo era inconcebible que esto ocurriera.
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